ANGUSTIA:
Estado de gran activación emocional que contiene un sentimiento de miedo o aprehensión.
Reacción de miedo ante un peligro inconcreto y desconocido.
Me encontré rodeado de lo que para mí eran grandes masas de agua.
La situación inicial de mar glassy susurrado por los vientos terrales se había convertido en una situación de angustia ligera sobre la que trataba de mantener la calma.
El cielo se había cubierto de nubes de carbón.
Oscuras y opacas deprendian sus humedas cenizas sobre nuestras manos, intentando estas escapar del frio frotandose sin exito.
El mar, fiel reflejo de un ocaso muerto, también se convirtó en acuoso polvo de hollín.
Tan pronto estaba flotando tranquilo entre sus aguas como la angustia intentaba salir de mi pecho ante las series que barrian la playa.
Eran grandes, frías, oscuras.
El aire terral se convirtió en un vendaval helado.
A pesar de estar bien equipado con neopreno, gorro y escarpines, el frío de la angustia y los latidos del agua me indicaron que había llegado el momento de salir.
Pero... ¿como hacerlo?
Durante unos minutos mi mente se paró, decidió dejar de trabajar y se olvidó de enviarle ordenes a mi cuerpo.
Me encontré perdido, sin saber que hacer, sin respuestas...
Por un momento dejé de notar la presión en el pecho, dejé de sentir miedo; deje de sentir frío.
Con mi mente en estado de shock poco podía hacer más que esperar.
Mi cuerpo era un tronco rígido de árbol viejo sentado sobre un tablón flotando a la deriva.
De repente, me dí cuenta de que podía mover los ojos:
Ellos anunciaron la siguiente serie.
Ellos la vieron acercase desde el horizonte.
Ellos vieron las 7 crestas que traía consigo...
Mi cuerpo, inmovil.
Mi mente, hipnotizada por la perfección de una serie nunca vista.
Cuanto más cerca, más grande.
Cuanto más cerca, más bella.
El peligro era inminente.
Cuanto menos tiempo faltaba para que las 7 crestas llegaran a mi, más grandes se volvian.
Inmensas sobre el mar avanzaban sin pausa sobre si mismas.
Y mi mente hipnotizada...
La primera ola de la serie estaba a punto de romperme encima cuando mi mente despertó de su letargo y se encontró con un edificio de agua dispuesto a ser derruido en ese mismo instante.
No hubo tiempo para tomar decisiones.
Había que remar. Remé.
Comencé a ganar velocidad, cada vez más velocidad. Más y más rapido.
La tabla saltaba sin control sobre una pared más que bacheada.
Cada segundo que me mantenía de pie aumentaba la velocidad de mi descenso y el miedo a mi caida.
No podría decir que estaba surfeando, estaba sobreviviendo.
Poco segundos despues de haberme erguido sobre la tabla, tan pronto la barra tomó forma, rompió sobre mi espalda.
Volé ingravito y caí.
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La fresca brisa marina de aquella mañana soleada acariciaba las azules aguas de la costa ártabra.
Fue ella quien me desperto con un beso en la mejilla. Fué ella quien me susurró que aun estaba vivo.
Estaba tumbado sobre la arena, con los escarpines y el neopreno puestos. El gorro había desaparecido.
Atormentado por un fuerte dolor de cabeza y por el implacable astro rey que había comenzado a regalarme una insolación, me incorporé.
Durante un rato, busqué la tabla que jamás volvería a encontrar y tras asumir la perdida, miré al mar: No había olas...