Se fué pronto, sin grandes reflexiones, sin atar los cabos sueltos.
En su ausencia , se ausentó también el invierno.
Algunos vientos del equinoccio de primavera, que habían decidido probar a ser otros, también se fueron.
No les gustaba ser vientos fríos.
Un molino viejo, una cuadra derruida o un pequeño refugio improvisado con cañas, le servía , al frío, para protegerse del calor que le quemaba cuando el Sol le hablaba directamente a los ojos.
Sin enfrentarse directamente a sí mismo, sin comprender los carambanos de angustia que descolgaban del pasado, no podía aceptar su fuego interno y , por desgracia, la costumbre le había llevado a creer que era y siempre había sido frío y así creía que debía ser: frío, apático e insensible.
Se alejó del Sol porque la Luz de la Verdad le dañaba los ojos pero en realidad, huía de si mismo, buscando en otros el calor que no encontraba en su interior.
Huyendo de si mismo, con los ojos congelados, con el corazón gélido y el amor frígido, incapaz de recibir calor , cruzó los campos de castilla cabalgando sobre el viento .
Congelados los espejos de su alma, el frío corrío hacía el verano en busca del templo del viento frío ( el del calor perdido), aquel que recorría nuestras manos en el invierno de verano más duro que haya pasado...
Al llegar así mismo, entró en el templo y el ser que llevaba dentro le fué revelado.
Descubrió que en el odio era viento gélido y en el amor, viento cálido.
Del Diario de los Sueños Perdidos
Mou de Lugh